CUANDO LA TRISTEZA NOS INVADE
Equipo de Análisis e Investigación
Aliado Informativo
La tristeza es una de las principales emociones del ser humano, y es aquella relacionada con el bajo estado de ánimo y la frustración por estar lejos de un objetivo que nos habíamos marcado conseguir, o de un estado de bienestar al que nos habíamos acostumbrado. Así pues, se trata de una emoción vinculada al sentimiento de pérdida.
Así la tristeza suele ir de la mano de una serie de patrones de comportamiento observables que reflejan el dolor emocional que se siente y que a pesar de variar bastante entre individuos, suelen reunir varias características comunes: menor tendencia a socializar activamente, menor grado de activación general, tendencia a la introspección, mayor predisposición a llorar, y por supuesto, expresión de malestar en el rostro.
Por supuesto, la tristeza tiene un aspecto subjetivo que escapa a las definiciones de conductas observables por terceras personas: es también algo que nos recorre por dentro y que, hasta cierto punto, tan solo experimentamos de manera privada y subjetiva.
Sin embargo, eso no significa que sea un fenómeno que nace de manera espontánea en la mente de las personas y separada del resto de cosas que ocurren en el mundo, sino que en realidad es un fenómeno tan material (si bien, no tangible) como el movimiento del aire, el sonido de la lluvia o cualquier otro evento perteneciente al mundo natural. Por ello, este fenómeno altera y es alterado por otros eventos objetivos y materiales que ocurren, y como consecuencia es susceptible de ser tratado a través de la psicoterapia. Lo cual nos lleva a plantearnos la siguiente cuestión.
¿Sentir tristeza es un problema?
Tal y como hemos visto, la tristeza está asociada a experiencias por lo general desagradables, que van desde un gran dolor emocional (por ejemplo, al perder un ser querido) hasta una cierta incomodidad o agobio (por ejemplo, al recordar con nostalgia tiempos mejores).
Sin embargo, esto no significa que la tristeza sea en sí un problema. De hecho, no lo es, o al menos no la gran mayoría de las veces. El motivo por el que esto es así está relacionado con la propia razón de ser de esta emoción: la tristeza forma parte del repertorio emocional que la evolución biológica nos ha hecho heredar de nuestros ancestros entre otras cosas porque nos resulta útil para sobrevivir.
Sí, es cierto que en el momento en el que surge nos hace sentir mal y en muchas ocasiones ni siquiera encontraremos nada edificante en ella, pero en un contexto, sí que cumple con ciertas funciones muy prácticas.
Por un lado forma parte de nuestro sistema de motivaciones: sin emociones desagradables como esta no tendríamos motivos para hacer nada, dado que cualquier acción y cualquier consecuencia de esta nos parecería lo mismo: seríamos algo así como muertos en vida, sin nada que decir ni que hacer. Del mismo modo en el que por ejemplo la alegría nos predispone a intentar alcanzar ciertas metas para sentir esa clase de experiencias más veces, la tristeza nos lleva a evitar situaciones objetivamente desventajosas para nosotros: un examen suspendido, un despido del trabajo, la pérdida de un amigo, etc.
Por el otro, la tristeza se plasma en nuestro comportamiento, y más en una especie tan expresiva como la nuestra, dado que tenemos muchos músculos pequeños en la cara que nos permiten plasmar en gestos y muecas lo que nos pasa por la cabeza. Gracias a este proceso automático, cuando algo nos apena, es muy posible que otras personas de nuestro entorno cercano nos ofrezcan apoyo ante los problemas que nos han suscitado esa emoción.
Ahora bien, es cierto que la tristeza se relaciona con determinadas experiencias que sí constituyen un problema grave, como por ejemplo la depresión.
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